Para los antiguos mayas, todo lo que lo rodeaba tenía vida, bosques, agua, viento, etc., convivían en armonía, sus actividades económicas, sociales, culturales, y religiosas estaban vinculadas con la naturaleza, entender y comprender la simbiosis que ello implicaba era propio de su cultura.
La forma en que nos relacionamos para producir los bienes y servicios que consumimos, determinan la forma en que nos relacionamos como seres humanos en todos sus aspectos sociales, pero también en cómo nos relacionamos con nuestro entorno, veamos cómo, cuándo nuestros antepasados caminaban por las sabanas africanas, su actividad económica se remitía a la recolección, el vivir en sociedad, remitía a una necesidad de sobrevivencia, nadie tenía bajo su propiedad alguna herramienta o habilidades diferentes, por tanto las relaciones de todos los miembros era de iguales, entendían que la naturaleza les proveía de ciertos frutos en determinados periodos del año.
Conforme las sociedad evolucionó, la división del trabajo requirió de cierta especialización, los mejores cazadores adquirieron un rango superior, a la vez que se buscaban explicaciones de lo que ocurría a su alrededor, surge otro grupo de personas, los sacerdotes, por primera vez surgen grados de subordinación, en este punto la relación con la naturaleza adquiere rasgos más profundos con la naturaleza.
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Conforme avanzamos en el tiempo y cuando las actividades económicas resultaron en una especialización en serie del trabajo, las relaciones entre humanos se hicieron más complejas, y la relación con nuestro entorno más lejano, dejamos de requerir saber cómo producir nuestra comida, cómo las lluvias determinan la producción agrícola; otro factor que contribuyó a esta desvinculación es el crecimiento de las zonas urbanas, aún hoy los habitantes de la zona rural de México, entiende de una forma más sensible a la naturaleza, pero en las ciudades, los recursos naturales como el agua se percibe como algo que sin importar si llueve o no, si sabemos el nivel del río, lago o laguna de donde nos proveemos es suficiente.
Una definición de lo que es cultura del agua es que es un conjunto de costumbres, valores, actitudes y hábitos que un individuo o una sociedad tienen con respecto a la importancia del agua para el desarrollo de todo ser vivo, la disponibilidad del recurso en su entorno y las acciones necesarias para obtenerla, distribuirla, desalojarla, limpiarla y reutilizara (Alfajayucatan, 2023).
Con esta definición, podemos entender ahora, como nuestra cultura del agua, en general en toda la cultura occidental, está vinculada a una forma de producción económica que nos desvincula de la naturaleza, y por tanto, del agua, de ahí que los valores de algo que no entendemos o que no somos sensibles de su fragilidad, estén a la baja, afecta además a nuestras costumbres de consumo, ¿a qué nivel nos importa que el agua que traemos a nuestras ciudades, signifique su escasez en otras zonas?, ¿qué tan conscientes somos que nuestras aguas residuales contaminan los cuerpos de agua, afectando a los ecosistemas y al propio ciclo natural?
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De ahí que insistamos en que una cultura del agua con miras a la sostenibilidad (que ya hemos definido anteriormente), deberá tener bases de un cambio en nuestras relaciones y formas de producción, de otra forma, la contradicción persistirá, los esfuerzos individuales en poco ayudará cuando se tiene una sociedad que privilegia o privilegió lo individual, el interés propio.
Hugo Roberto Rojas Silva