Durante gran parte de mi adolescencia y mi primera edad adulta, Gabriel García Márquez fue mi autor de cabecera. En aquella época juvenil creía que no había ningún escritor que lo superase. Desde luego que todavía me faltaban muchos autores por conocer; a años de distancia, mi equipaje literario ha crecido (parafraseando a Walter Benjamin) y otros escritores han desplazado al Gabo, aunque el colombiano sigue situado en un lugar importante y sobre todo entrañable, porque cuando vuelvo a abrir sus libros, me remontan a mis años mozos, a su atmósfera y a sus circunstancias.
Recuerdo que en 2002 me encontraba yo de visita en Bento Gonçalves, un pequeño poblado cercano a Porto Alegre, Brasil, en medio de la sierra gaúcha (sí, con tilde), como invitado a un encuentro de escritores. Por la noche, al concluir la actividad literaria de la jornada, volví a la habitación del hotel en el que me hospedaba, agotado, y encendí el televisor. Entonces sucedió: ya estaba a la venta el nuevo libro del Gabo: Vivir para contarla, la primera parte de sus memorias, anunció una reportera brasileña en el noticiero local.
Al día siguiente salí a las calles para adquirir la versión portuguesa, pero no tuve éxito en las librerías de la localidad, así que tuve que reprimir mi ansiedad lo más posible para hacerme de un libro que aguardaba desde hacía años. A mediados de los años 90 el Gabo anunció que estaba escribiendo su biografía y que aguardáramos noticias. Los fanáticos tuvimos que esperar varios años más. Huelga decir que en 2002 Gabo seguía siendo para mí la máxima expresión de la literatura mundial.
Para viajar a Brasil me resultó más económico comprar un boleto a Buenos Aires y desplazarme primero en ferry por el Río de la Plata para llegar a Montevideo y de allí montarme en un ómnibus (así le llaman allá) a Porto Alegre. En aquellos años había una crisis económica gravísima en Argentina, que me hizo factible decantarme por el billete aéreo al país de Jorge Luis Borges (otro de mis autores favoritos) en vez de volar directamente a Brasil. Sencillo: el boleto redondo Ciudad de México-Porto Alegre me costaba 900 dólares; en cambio, viajar a Buenos Aires constituyó una erogación de 450 dólares. Además, la estadía de algunos días en la capital del tango (incluyendo visitas a centros nocturnos vernáculos, un partido de futbol entre el San Lorenzo de Almagro y Vélez Sarsfield, una cena suntuosa en Puerto Madero, compras de libros, el boleto del ferry para brincar a Montevideo, el billete a Porto Alegre, dormir allí una noche y el boleto a Bento y de regreso a Buenos Aires), me salió en casi 400 dólares, así que salí ganando.
En cuanto terminó el encuentro de escritores, tarde se me hacía para volver a Buenos Aires para adquirir el libro de García Márquez. En cuanto llegué a Montevideo busqué la primera librería disponible. ¡Bingo! Ya lo tenían, y con el sello de la Editorial Sudamericana, aquella que le publicó Cien años de soledad. La cosa es que estaba demasiado caro, para mi gusto. Entonces recordé que Argentina estaba en problemas económicos y aguardé un poco más para mejor comprarlo en Buenos Aires. La mejor decisión porque en Uruguay el libro estaba en 15 dólares y en Argentina en 3 dólares.