Al abrir el libro de Alejandro Vázquez Ortiz, El corredor o las almas que lleva el diablo (Editorial Penguin Random House) llega el olor a aceite, a grasa y gasolina. Es una carrera violenta, donde se busca la muerte, la pasión y la belleza de un bólido.
En cada página se puede escuchar ese metal de los 80, las canciones de Judas Priest van guiando los capítulos donde le personaje principal, El Acerero lleva la batuta y a su lado están los otros corredores, La Tortuga y La Muerta.
“Es una novela violenta, en ocasiones sentía que exageraba, pero no podía dar marcha atrás. Hay adrenalina, motores y sangre. Es una novela para sentirla, vivirla y hasta olerla.
“Al final es una representación de lo que nos rodea, de lo que vivimos, en esa carrera por sobrevivir en un mundo tan violento, donde al parecer ya no hay esa solidaridad o es muy poco”, expresa el autor.
La historia se centra en una carrera ilegal que va de Monterrey a Hermosillo y durante este trayecto, el escritor regiomontano no presenta seis historias que se queman como la gasolina, relatos que demuestran lo más bajo del ser humano.
“Buscan algo, corren por un motivo, pero todos están siempre al límite, al borde de perder el control. El piloto sabe hasta dónde puede llegar cuando pierde el control. Siempre se está buscando ese límite, adónde llegar cuando pierdas el control y finalmente choques”.
Alejandro Vázquez detalla cada parte de un auto con precisión aquí demuestra que está ligado a los automóviles, los describe detalladamente y hasta parece que se escucha cuando lo aceleran y esta profundidad en cada vehículo es porque trabaja en una recicladora de motores.
“Los personajes ejercen violencia sin ningún tapujo cuando creen que es necesario. No hay ningún héroe, no hay ningún bueno, todos están atados por su circunstancia.
“Hacen todo lo posible por cumplir sus deseos sean lo que sea, van en una búsqueda y para ello necesitan la adrenalina, la velocidad e incluso destrozar el auto.
“Tiene visiones de la película Crash de David Cronenberg, donde los conductores experimentan sinforofilia, ese placer con los accidentes, incluso lo venos es una especie de road movie, hay acercamientos a Quentin Tarantino”.
Y qué mejor que manejar a toda velocidad con la música a todo volumen, de ahí que el autor incluyera 76 canciones para acompañar cada uno de los capítulos y se puede prender el propio playlist, desde Judas Priest hasta la polka norteña.
“Así es, es un libro muy musical, que me acompañó con mucha música. Los epígrafes son sacados de canciones de Judas Priest, este metal que refleja a la perfección toda la atmósfera de la novela.
En entrevistas Rob Halford decía que cuando él vivía en Birmingham en Inglaterra, vivía a lado de una fundidora y siempre escuchaba los martillos, las maquinarias gigantes de moverse y golpear. Decía que algo de ese sonido pasó a la música de Judas Priest. Judas Priest recoge como nadie esa tónica y esa estética reflejada en la novela. También me interesaba otro tipo de música, por ejemplo, incluso hay un personaje que es El Lobo que siempre está escuchando polka. La polka norteña siempre me ha parecido muy llamativa porque es una música muy rápida y tradicional.
Vázquez Ortiz detalla que en El corredor o las almas que lleva el diablo busca que se refleje la metáfora de la podredumbre, las tripas de los motores y las tripas también de los personajes. Que se vieran reflejados sus deseos.
“Todas esas motivaciones, por ejemplo, la del Acerero que necesita dinero para pagar su hipoteca o la de la Muerta que quiere buscar la forma de regresar a Estados Unidos. Cada uno tiene sus motivaciones, pero en el fondo te das cuenta de que cuando arranca la carrera todo eso se pone en pausa y lo que están buscando es esa adrenalina, estar en el borde. Al final, hay una vocación de muerte de cada uno de ellos.
“Creo que mis personajes son el aliento, casi la gasolina, que hacen que se muevan los automóviles, pero a la misma vez me interesaba ver cómo estos personajes se entregaban a la violencia estructural sin ningún cuestionamiento, incluso dispuestos a ejercerla. Hay un debate moral en estos personajes, pero siempre parece que están tomando la decisión de esta decadencia y podredumbre.
Para el escritor su juego es poner a competir a sus personajes, que olviden sus motivaciones por la adrenalina de correr con la mirada al frente, con el pie pegado al acelerador sin importar nada.
“Hay una escena que me gusta mucho cuando arma su motor el Acerero, lo prende dentro de su casa, lo escucha, su mujer le habla, pero no escucha porque está hipnotizado por el motor, por el sonido, por el poder del motor.
Esa es la gran metáfora. Todas estas personas se olvidan de sus motivaciones y se centran en una pulsión muy extraña de adrenalina. Es la gran metáfora del capitalismo. Todos tenemos necesidades, todos tenemos motivaciones para levantarnos a trabajar y demás, pero hay un punto donde nos olvidamos de esas motivaciones y el trabajo se convierte en otra cosa, donde ya tienes satisfechas todas tus necesidades, pero quieres más y más. Ese es el mismo cariz que vemos reflejado en los personajes”.
Alejandro Vázquez espera que su novela pueda llegar a convertirse en una serie para plataformas de streaming o bien hasta una novela gráfica.
El libro lo presentará el 17 de marzo en las redes de la editorial Random House Mondadori y en eventos en línea.
Vázquez Ortiz también es autor de la novela El emisario o la lección de los animales y los libros de cuentos Artefactos y La virtud de la impotencia (Premio Nacional de Cuento Joven Comala 2015).
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