El sábado pasado acudí, invitado por el presidente del Centro Toluqueño de Escritores (CTE), Juan Hinojosa, a leer parte de mi obra y a dar una semblanza del organismo en la actividad “Jornada de lectura” con motivo de su 40 aniversario. Parecía el momento ideal para la reconciliación, la unión solidaria del gremio. Tenía la esperanza de ver abarrotada la sala “Alejandro Ariceaga” y abrazar a colegas, a quienes hace tiempo no veía. Inclusive me animó que el Ayuntamiento enviara a Jorge Fuentes, Coordinador de Cultura y Turismo, como representante en el evento, pues ello abre la posibilidad de una política municipal de fomento para la viabilidad de organizaciones de la sociedad civil, en especial de las dedicadas a la animación sociocultural.
El 10 de mayo de 1983 fue fundado el CTE como un organismo ciudadano —patrocinado por el ayuntamiento de Toluca— dedicado a ofrecer a autores locales en ciernes y en vías de consagración la oportunidad de escribir y publicar sus obras literarias. El escritor Alejandro Ariceaga convenció al alcalde de Toluca, Jaime Almazán Delgado, de instituir este organismo bajo el modelo del Centro Mexicano de Escritores, fundado en 1951 por Margaret Shedd y Alfonso Reyes.
En esencia, los lineamientos del CTE se expresaban en el pago periódico a los becarios para que escribieran un libro y ejercieran la crítica literaria activa, mediante talleres, a fin de que tuvieran una visión objetiva de su respectiva obra. Al término del periodo la administración municipal se comprometería a editar y publicar los libros de los escritores noveles.
Bajo su coordinación, Alejandro Ariceaga impulsó la creación literaria de jóvenes creadores y creadores con cierta trayectoria, que posicionaron al Centro en la escena de la tradición literaria mexiquense y el reconocimiento público. Lo sucedió en el cargo Eduardo Osorio, quien en 2001 propuso al alcalde Juan Carlos Núñez Armas la desincorporación del CTE de la administración municipal a fin de constituirse como asociación civil. Este giro de tuerca provocó escisiones debido a que algunos becarios no estaban de acuerdo con emprender la enorme aventura de la autogestión cultural. Sobre todo, por las limitaciones presupuestales. Los siguientes presidentes del Centro (Porfirio Hernández, Elisena Ménez y Juan Hinojosa) padecieron los efectos de esta decisión, que menguaron las posibilidades del sostenimiento del organismo.
En estos 40 años, las luces del CTE constituyen el apoyo consistente a la creación literaria de más de un centenar de escritores, la difusión focalizada de cientos de actividades culturales, la instauración de tradiciones literarias y el prestigio que goza entre la sociedad toluqueña y allende las fronteras. Su más persistente sombra, a mi juicio, es la participación aislada e intermitente de sus asociados y becarios, quienes se han alejado de la participación activa, constante y articulada en torno de los objetivos del Centro. Así que, por desgracia, repartí pocos abrazos el 13 de mayo.
Asociados y becarios debemos cuestionarnos el rumbo que debe tomar el Centro hacia una política cultural renovada, incluyente, participativa, madura y responsable de sus errores y tropiezos. Cabe preguntarnos si el CTE debe subvencionarse de nuevo al ayuntamiento, renovar los órganos de decisión (en 2020 no se convocó a elecciones) y figurar decididamente en la vida pública o seguir contribuyendo a su saturación semántica y con ello a su inevitable extinción.
TAR