Por Miguel Pérez
La emboscada y posterior ejecución de al menos 13 policías estatales del Estado de México en la semana que recién concluyó fue la más reciente demostración de fuerza del crimen organizado. Las bandas criminales de uno u otro cártel no han dejado de operar aún durante el año que llevamos en pandemia. El desafío a la autoridad se ha dado en los gobiernos federales panistas, priistas y morenistas.
Los tentáculos del crimen organizado se extienden por prácticamente todo el territorio nacional. No hay entidad o municipio del País en donde un día sí y otro también la lucha por el territorio quede marcada por la ejecución de una o varias personas, a veces entre bandas rivales, a veces en contra de las fuerzas del orden, como la ocurrida en Coatepec Harinas.
El avispero de la violencia está alborotado desde el 2006 y no ha habido política pública que parezca detenerla. Desde hace 15 años en México se vive y se convive con la muerte en todos lados. La sociedad en su conjunto ha tenido que acostumbrarse a realizar sus actividades diarias sabiendo que en su entorno se cometen crímenes y ejecuciones. El salir a la calle a realizar actividades diarias para muchos es una suerte de ruleta rusa.
La Guardia Nacional no se da abasto para hacer frente a los criminales. Las fuerzas armadas, únicas capaces de poder contrarrestar el poderío de fuego de los diferentes cárteles, están ahora, por decisión gubernamental, concentradas en otras tareas: construir aeropuertos, trenes mayas, cuidar aduanas, resguardar vacunas y un largo etcétera.
El presidente López Obrador expresó en campaña y lo ratificó en sus primeros días de gobierno que su política frente a la violencia generalizada que se registra en el País cambiaría radicalmente, que iría al origen del problema, a atacar las causas que daban pie a que miles de jóvenes u hombres y mujeres se refugiaran en los brazos de la delincuencia y que no es otra cosa que la pobreza, por no decir la miseria en la que viven por falta de oportunidades.
Se crearon programas que intentan dar oportunidad a jóvenes sin estudio ni empleo, campesinos, amas de casa. En prácticamente todos ellos el común denominador es la entrega de recursos públicos de manera periódica y en algunos casos empleos formales como el programa Sembrando Vida. Tres años ya llevan esos programas en marcha. Y en el discurso, la narrativa no ha cambiado: no se combate la violencia con violencia y es mejor abrazos, no balazos. En alguna ocasión, incluso, el Mandatario pidió públicamente a las madres de quienes están involucrados en la delincuencia hablar con sus hijos para hacerlos entrar en razón y que se retiraran del camino del mal.
Tres años han pasado y nada ha cambiado. La violencia y las muertes que lleva implícita continúan por todas partes. Por más que se venda en el discurso de que la violencia está disminuyendo, eventos como el de Coatepec Harinas lo echan por la borda y dejan en claro que ni el dinero que se otorga mes con mes, ni las palabras de las mamás a sus hijos, ni los abrazos están funcionando.
Comentarios: migueles2000@hotmail.com y miguel.perez@estadodemexico.jornada.com.mx
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