Los alcaldes y la política de lo efímero

Juan Carlos Villarreal Martínez

En las epidemias políticas, el pensador alemán Peter Sloterdijk, sostiene que: “los electores tienden a empatizar con las necesidades de los políticos frívolos, que necesitan un juguete gigante del tamaño de una nación, para su realización personal”. Ese deseo generalizado de la incompetencia en el poder se expresa a través del comportamiento electoral. Más allá de lo que nos guste o no de la política y de los políticos, es indiscutible que en los últimos años hemos prohijado a una elite gobernante que está cada vez más cercana a la política del espectáculo que al diseño de programas y políticas públicas que busquen mejorar las condiciones de vida de sus gobernantes.

Con motivo de la reforma electoral del 2014 se incorporó a nuestro sistema jurídico la posibilidad de reelección; hasta cuatro para diputados y 2 para senadores, mientras que los alcaldes se pueden reelegir por un periodo adicional, pero con frecuencia sus tentaciones no se agotan ahí, pues como se ha visto del pasado reciente, son muy proclives a heredar el poder a sus esposos o al alfil más cercano al grupo en el poder. Muchos han decidido que tres años no son suficientes para un alcalde, tampoco lo son para cambiar las condiciones de la ciudad a la que gobiernan. Pero si un periodo no es suficiente ni tampoco lo es el aparato administrativo que los acompaña ni los altos recursos públicos que administran, entonces nada lo será, dado que también es recurrente escuchar que cuando asumen el cargo suelen decir: “este es el más alto cargo al que aspirado… me he preparado toda la vida para esta posición”. Lastimosamente casi todos fallan. ¿Por qué?

Apunto tres razones iniciales, que no son limitativas ni excluyentes de otras de igual importancia; improvisación, incapacidad y corrupción.

Suelen decir en campaña, que ellos sí saben cómo resolver los problemas del gobierno que pretenden encabezar y cuando ganan, en vez de perseguir a los exalcaldes corruptos, pactan con ellos impunidad y transferencia de negocios. Luego se pasan repitiendo que por los errores de los que se fueron, ellos no pueden gobernar de acuerdo con lo planeado, entonces para qué compiten por un cargo lleno de problemas y desafíos. Un político profesional, se dedica a estudiar y comprender el problema que pretende resolver y si no puede hacerlo él mismo, acude a expertos que le ayuden. Cuando se improvisa en el poder, se desperdicia tiempo, dinero e impulso, por eso nunca les alcanzan los tres años de ley, porque viven del arte de la corazonada.

Si por falta de un diagnóstico adecuado, de un asertivo modelo de planeación o simplemente talento para reunir a los mejores en torno suyo, los alcaldes no pueden resolver problemas tan elementales como el bacheo en Toluca, es porque son incompetentes. Toluca tiene el mayor presupuesto de la entidad y es superior a ciudades similares a la nuestra como Querétaro y Mérida, para poner dos ejemplos emblemáticos del buen gobierno. ¿Si con cerca de 6 mil millones de pesos de presupuesto al año no pueden atender los temas básicos del servicio público, que nos hace pensar que en los próximos tres si lo podrán hacer?

La corrupción parece ser la llave que explica el complicado mecanismo de gobernar para incumplir y desde ese pretexto, pretender repetir en el cargo, no para resolver el problema sino para exprimir las arcas públicas en favor de pingües negocios propios o de amigos y socios. “La corrupción política [dice Friedrich, citado por Manuel Viloria Mendieta, 2006] existe cuando un responsable de un puesto público, con unas funciones y atribuciones definidas, es, por medios monetarios o de otra naturaleza, inducido a traicionar sus deberes o actuar favoreciendo a quien proporciona el beneficio y, por ello, dañando al público y a sus intereses” (La corrupción política; pág. 38)

Políticos tomándose selfis o retratando que trabajan mucho, pero en los hechos son incapaces de resolver los problemas para los cuales se contrataron, porque no trabajan de gratis, sea por improvisación, incapacidad o franca corrupción, no merecen ser postulados para una reelección y mucho menos acreditan con sus logros que los electores voten por ellos. Sin embargo, algunos lo harán, porque solo hay de dos sopas y una de las dos ¡ya se acabó!!

PAT