Hace casi dos años que soy el tutor de una alumna de maestría en Investigación Educativa en el Instituto Superior de Ciencias de la Educación del Estado de México. Llegó al ISCEEM en búsqueda de respuestas a una problemática que vive cotidianamente como maestra de primer año de primaria en una escuela semi urbana del Valle de Toluca: la lectoescritura. Empaticé de inmediato con su investigación académica.
Egresada de la licenciatura en Pedagogía en la Universidad Pedagógica Nacional, campus 151 de Toluca, y con poca experiencia en el quehacer magisterial (está por cumplir tres apenas como docente frente a grupo), llegó al ISCEEM con un caudal de dudas e incertidumbre sobre hacia dónde encaminar sus pasos en lo que quiere hacer efectivo: que los niños de primero de primaria consoliden su alfabetización y den pasos firmes a la lectoescritura.
Dejé que escogiera libremente el método para encarar esta tarea noble: acceder al conocimiento. Aquí se corrió el primer velo de lo que se cree ordinariamente de los alumnos que estudian un posgrado: que por lo menos saben qué métodos utilizar.
Como mi alumna toma clases con otros colegas, que le van abriendo el camino de la metodología, creí conveniente darle un poco más de espacio y tiempo para que ella eligiera su camino inquisidor, académicamente hablando, ya que cada problema exige su propia metodología. Al cabo de unas semanas me dijo que le interesaba la etnografía, por lo que le dije que estaba muy bien, pero que me explicara cómo este método se adecuaría a su investigación. No supo responderme.
Posteriormente me dijo que quería realizar una investigación cualitativa y no cuantitativa. Muy bien, le respondí yo, pero por qué, en qué te basas para hacerlo así. Nuevamente naufragó en sus respuestas. Le pregunté: ¿qué quieres obtener? ¿Qué mejoren su lectoescritura? ¿Hacerlos codificadores programados o lectores críticos? Entonces comenzamos juntos un camino hacia el descubrimiento de una teoría que puede abrir el camino hacina un método: los espacios vacíos en la literatura. ¿Cómo llegamos allí?
Antes, la encaminé a la lectura de los principales teóricos de lo que se ha denominado como Teoría de la Recepción o Estética de la Recepción, como parte de la evolución literaria. Antes los estudiosos de la literatura encaminaron sus pasos hacia la obra, hacia el autor pero jamás hacia el lector.
La perspectiva del lector ha despuntado en los últimos 30 años y aparentemente no saldrá de escena de los estudios literarios. De hecho, creo que otros estudiosos del ámbito literario ya se enfocan un poco más en la figura del lector (semiótica, pragmática, hermenéutica, por decir algunas).
Pues bien, dejé a mi alumna que se embebiera de estos representantes y después de leer a Eco, Fisher, Ingarden, etcétera, se quedó con Wolfagng Iser, particularmente con su noción de “espacios vacíos”. La obra literaria no se realiza si no se concretiza por el lector. Creo que tenemos allí el potencial de una muy buena investigación. Les contaré cuando se titule.
TAR