A mí me lo dijo Luis Donaldo Colosio Murrieta, un día que vino al Estado de México, a no sé qué, y cuándo Ignacio Pichardo estaba en Bélgica de Embajador: “Dile que se venga a ayudarme, me dijo”. Me acerqué a él, porque Nacho me pidió que le preguntara cerquita, que cómo seguía su esposa. “No se te olvide”, me insistió. Y yo, que no le he tenido miedo a nadie ni a nada, pues se lo dije. “Dile que se venga a ayudarme”, repitió.
Aquel grandote, peludo, con ojos de esperanza que le cortó un día la vida, un miserable. Allí, creo, se acabó el partido que tuvo en paz a la República mexicana y que empezó con un grupo de los 8 Lobitos que lo manejaron a su antojo. Los del llamado Círculo Negro. Allí se derrumbó el PRI. Por supuesto.
Y recordé también la muerte de Ruiz Massieu. Allí, en ese momento, y cuando dos ex jefes míos, mis amigos, entonces eran diputados, uno en Educación Pública y el otro en el CREA: Carlos Reta y Heriberto Galindo, no perdieron la vida de pura casualidad. Dios los quiere. Serendipia pura. Se encasquetó la maldita pistola y el asesino salió corriendo. Vida después de la vida.
Ellos tres estaban afuera del Hotel Casa Blanca, en la calle de Lafragua, aquella mañana del 28 de septiembre de 1994, a las 9:32. Estaban dentro del coche en que recibió una bala que le quitó la vida a José Francisco, digo, al que yo había conocido en un avión del gobierno de Guerrero, que nos trajo a México a Ignacio Pichardo y a mí, desde Chilpancingo. Allí estaba su jefe de asesores, Miguel Ángel Olguín, mi amigo desde hacía muchos años antes, también.
De estas muertes, mucho o muy poco se sabe de la muerte de Colosio. Yo solo sé que estaba en Xalapa en la casa de mi amigo don Miguel López Azuara, que era entonces el director general de comunicación social de la presidencia de la república, cuando este se enteró. Nadie podía creerlo. Salió volando a la CDMX.
Mi amigo Juan Maldonado Pereda estuvo en Lomas Taurinas y lo abrazó con el alma, cuando lo vio muerto. Eso lo cuenta él, muchos años después. Una cobija ensangrentada, fue un triste recuerdo. Allí la tuvo siempre. Mi amigo Juan. El super delegado político del tricolor en nuestro Estado. El esposo de mi única amiga entonces: Ana Hernández. Cómo los he querido a todos ellos.
Hoy todos representan un espacio, un lugar y un recuerdo de lo que ha sido, más bien, de lo que fue un buen momento de mi vida. Pura Serendipia. Serendipia pura.
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