Durante muchos años pensamos lo peor: la violencia incontrolada, desbocada, sin freno ni límite, prolongaría la negrura de nuestro paisaje y llenaría de muertos los panteones o convertiría a miles de mexicanos en combustible de los crematorios.
Y sí; la violencia no ha mermado.
Seguimos en el país de las masacres aunque desde la cima se niegue su existencia. Persistimos en la sangre como gran huésped de nuestros espacios públicos o privados.
Robos, asaltos, asesinatos, violaciones; mujeres vejadas y luego descuartizadas; misoginia extrema, niñas embarazadas (la seducción a una menor –así sea por “convencimiento”– es una forma vil de violencia y abuso); amas de casa agredidas en la neurosis del confinamiento, en el transporte inseguro y hasta en el ninguneo del gabinete presidencial, como dice la hipersensible secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, a quien poco toman en cuenta.
Pero hoy la muerte violenta no es la única causa de miles de fallecimientos, congojas, dolor y sufrimiento en este valle lacrimógeno.
También produce pena la mala calidad de un gobierno frente a una epidemia fuera de control, sin estrategia definida, sin rumbo cierto.
Puros desatinos, puras ocurrencias y una insufrible palabrería de rechazo al control, frente a lo cual los ciudadanos quedamos tan inermes como lo estuvimos cuando la delincuencia le plantó cara al Estado hasta hacerlo recular, si no rendirse, como ha ocurrido en Culiacán y en otros lugares de menor visibilidad.
Sin embargo, en medio de la feria palabrera del doctor Hugo López “Gatinflas”, se ha deslizado esta advertencia: si no se controla el acceso a la zona guadalupana en la ciudad de México el próximo doce de diciembre, la epidemia podría estallar.
“…Es un evento de altísimo riesgo de contagio, altísimo riesgo de contagio (nótese la insistencia precautoria).
“Puede convertirse en una experiencia explosiva de propagación a todo el país que lamentablemente podría revertir el éxito que se tiene en 20 entidades federativas que ya se encuentran en una fase de descenso…”
El concepto experiencia explosiva lleva implícito lo inusitado, lo no ocurrido antes. Si algo así ya se hubiera presentado, no se le ubicaría en lo experimental. Sería algo repetido. O al menos conocido.
Y eso se parece a aquella advertencia sobre la catástrofe lejana y sin embargo tan reciente. ¿O no fue él quien advirtió el escenario de la catástrofe en el caos de los 60 mil muertos?
Y eso ya ocurrió hace ya mucho tiempo.
Por otra parte, hablar de “éxito” en 20 entidades del país cuando ya se ha llegado casi a los 90 mil muertos, con cálculos sensatos de rebasar la centena de miles en pocos días más, resulta un tanto optimista por parte de este locuaz epidemiólogo.
Pero la advertencia vale, venga de quien venga.
Especialmente si viene de quien ha manipulado la incidencia con la consigna de disminuir (o encubrir) la importancia de las cosas y ha sobrevalorado sus propias medidas de (des) control.
¡UY!, CUANTO SUSTO
Dijo ayer el canciller Marcelo Ebrard con el pecho inflamado de orgullo patrio y fervor nacional:
“…¿qué hemos hecho?
“…Después del proceso electoral de Estados Unidos habrá más detalles y otros seguimientos a este tema (la captura del general Cienfuegos y el humillante secreto de las investigaciones gringas en el poroso suelo mexicano).
“¿Pero qué hemos hecho estos días y en dónde estamos?
“Bueno, primero asistencia consular al general Cienfuegos por parte de las autoridades mexicanas; de nuestra cónsul general desde el primer momento, porque tenemos que garantizar que tenga un debido proceso y su defensa, y que no se cometan atropellos y abusos.
“Segundo, le hemos hecho saber a Estados Unidos nuestro profundo descontento con que no se haya compartido esa información con nuestro país.
“Y, tercero, se valorarán una serie de acciones subsecuentes en función de los elementos que se vayan presentando a lo largo del juicio”.
No deja claro nuestro patriótico señor secretario de Relaciones Exteriores si “las accione subsecuentes en función de los elementos que se vayan presentando a lo largo del juicio”, incluyan el recuerdo de Doroteo Arango en Columbus.
RAZA UNIDA
Cuando el “Partido de la Raza Unida” ganó su primera elección para Juez de Condado (c.a. 1973), el ganador, José Ángel Gutiérrez, colgó en su oficina, junto a las banderas de Estados Unidos y la solitaria estrella tejana, una foto del gran Pancho (la entrada a Torreón), con enormes letras coloradas:
“Viva Villa, cabrones”.
SUEÑO
Extinguiremos al Coronavirus como si fuera un corrupto fideicomiso.
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