Margarita de la Vega Lázaro, una mujer originaria de Temoaya, ha dedicado más de cuatro décadas a la preservación de las tradiciones y lenguas de los pueblos indígenas, una tarea que considera vital para mantener viva la identidad de su gente y del estado, la lucha por esta causa, la llevó a sentar las bases del Festival del Quinto Sol y el de las Almas.
Margarita de la Vega Lázaro es una mujer originaria de Temoaya
Desde pequeña, supo que no dejaría que las mismas barreras que enfrentó en su juventud impidieran a las futuras generaciones expresar su cultura con orgullo.
Siendo la tercera de 11 hermanos y la primera en obtener un título universitario, Margarita se enfrentó desde temprana edad a barreras como la discriminación. Sus trajes tradicionales y sus raíces indígenas la convirtieron en un blanco de burlas en la escuela, pero, lejos de dejarse abatir, su fortaleza se nutrió del consejo de su abuela.
“Fui la tercera hija de una familia de 11, fui la primera que terminó una carrera universitaria, soy licenciada en geografía por parte de la UAEMéx y soy maestra en docencia y administración de la educación superior por el Colegio de México.
“A mí me discriminaban mucho en la escuela porque iba con mis trajes típicos, a veces descalza y yo dije que no iba a dejar que eso le pasara a mi gente. Mi abuela me decía que me trazara metas pequeñas y a medida que avances que tus metas sean más largas, y así lo hice”, compartió.
Cuesta arriba
Sin embargo, el camino no fue fácil. Desde su infancia, enfrentó discriminación por portar trajes típicos y hablar su lengua materna, el otomí. Aun así, nunca permitió que esas limitantes la detuvieran.
“Cuando llegué a la universidad un italiano me dijo -lo que sabes es tan importante como lo que saben los demás, no tengas pena- ni con las dichosas perradas me limitaron para continuar en los estudios.
“Siempre con esta situación del rechazo a la gente que venía de la comunidad indígena o del medio rural, pero en mis sueños siempre estuvo una educación para todos, donde toda mi gente tuviera cabida, donde pudieran expresarse; por ejemplo, las artesanías, símbolo de identidad”, señaló.
Su lucha no solo fue por la enseñanza, sino por dar visibilidad a su cultura. Así lo demostró cuando, tras toparse con la falta de reconocimiento de las artesanías, la indumentaria y la lengua otomí, decidió documentar todo. Si no había libros, los escribiría; si no había registros, los crearía. Este espíritu de autogestión fue clave en su éxito.
“Cuando tú tienes identidad tienes seguridad, no pierdes el piso, sabes de dónde vienes, en mi vida nunca había pensado ser escritora, pero las mismas necesidades implicaban eso, si no había libros pues tenía que hacerlos, sino estaba registrada nuestra indumentaria, había que hacerlo, sino sabías tejer o bordar, había que aprender.
“Fue todo un proceso de lucha para poder crecer y estar en esta posición en la que el año pasado me dieron el Premio Nacional de Mujeres que Preservan y Fortalecen los Derechos Indígenas, a través de dar clases de otomí, talleres de telar de cintura, talleres de bordado y aunque no me pagan todo eso me llena porque creo que toda esa promoción y difusión que hacemos se ve reflejada en nuestra entidad”, comentó.
Promoción a la cultura
A lo largo de su carrera, Margarita fue una de las principales impulsoras de eventos culturales que, hasta el día de hoy, siguen vivos en la memoria de su gente. Uno de ellos fue el Festival del Quinto Sol, una celebración del equinoccio de primavera.
“Terminé la licenciatura en el 85 y pensé en dónde podía enseñar lo que sabía, así que me fui a Servicios Integrados de la Educación a dejar mi currículum. Vi que una cosa es el discurso y otra es la práctica, así que hice una propuesta con otros compañeros y nos presentamos en palacio de gobierno para crear el instituto de lenguas, pero no nos lo autorizaron.
“Lo que sí nos autorizaron fue un colegio que dependiera del Instituto Mexiquense de Cultura, fue entonces que Salvador Reyes Navares me encargó un proyecto que justificara el valor indígena, yo pensé en el fogón, es lo más representativo porque todos lo tenemos en casa. Se presentó como una actividad cultural y resultó que comenzó el proyecto del Festival del Quinto Sol”, recordó.
Otro hito en su carrera fue el Festival de las Almas en Valle de Bravo. A Margarita se le encomendó justificar la creación de este evento, y encontró en las mariposas, símbolos de las almas de los difuntos en las creencias indígenas, el tema central.
“De igual manera así lo hicimos en el Festival de las Almas, en ese entonces la que era directora de Servicios Culturales me pidió justificar un festival en Valle de Bravo, le expliqué que lo que nos identifica son las mariposas, que para los pueblos indígenas son las almas de los difuntos. En una cuartilla le di la idea y que lo autorizan, hubo una boda mazahua en el primer festival”, compartió
Pionera del CEDIPIEM
Más allá de los festivales, Margarita fue pieza clave en la creación del Consejo Estatal para el Desarrollo Integral de los Pueblos Indígenas del Estado de México (CEDIPIEM), un espacio donde las comunidades pudieron tener voz y voto en su propio desarrollo. También fue partícipe en la creación de la Biblioteca de los Pueblos Indígenas, un proyecto que buscaba registrar los vocabularios de las lenguas originarias, preservando para futuras generaciones un legado lingüístico invaluable.
“Una de mis metas desde joven, era que toda mi gente tuviera una educación donde obtuviera el conocimiento de su cultura, de sus valores, de sus raíces y en esta lucha en la que tuve la fortuna de participar para la creación del Consejo Estatal para el Desarrollo Integral de los Pueblos Indígenas, para que las comunidades tuvieran voz y voto y dijeran cómo querían su desarrollo”, mencionó
Su impacto en la educación es incuestionable. Margarita ha enseñado otomí a más de 600 alumnos, siempre con la esperanza de que, algún día, ellos mismos sean quienes continúen su labor.
Para ella, enseñar una lengua no es solo transmitir conocimiento, es reavivar un sentimiento de identidad y orgullo por las raíces. Cada clase es una oportunidad de darle vida a su sueño: que las lenguas indígenas no desaparezcan y que los jóvenes sean capaces de leer, escribir y hablar en su idioma ancestral.
“Mi sueño es que se mantengan vivas las lenguas, ese es mi sueño primordial, que mis niños a los que les estoy enseñando otomí a través del tiempo puedan leerlo, escribirlo y que ellos sean quienes continúen la labor que hago, tengo 600 alumnos, creo mucho va de lo que nosotros proyectamos, lo que hago me gusta que trascienda y que se haga con alegría.
A mí me da alegría poder representar a mi estado, me mueve el tapete, porque amo mis raíces y amo a mi Estado de México”, aseguró.
Margarita, además de ser una defensora de las tradiciones, es una mujer que encuentra alegría en cada paso de su camino. Representar a su Estado de México, luchar por sus raíces y ver cómo sus esfuerzos transforman la vida de su comunidad le llenan de satisfacción.
Su legado, tanto en la promoción de la lengua otomí como en la difusión de las tradiciones de los pueblos originarios, es un testimonio de lo que puede lograrse cuando el amor por la cultura se convierte en el motor de una vida dedicada al servicio.
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