No hay nada más dañino y decepcionante que descubrir una mentira. Hay mentiras veniales, según la filosofía cristiana, o mentiras piadosas, según la sabiduría popular. De ese tipo de mentiras no hablamos, esas mentiras llegan a ser “toleradas” o “entendidas” por quien las dice o por quien es víctima de ella. Todos algún día hemos recurrido a ellas. Las mentiras a las que nos queremos referir son aquellas que lastiman, las que dejan huella y hacen que se pierda la confianza.
Porque quien fue víctima de una mentira verá renacer constantemente la incertidumbre de no saber si volverá a ser engañado con otra mentira. El mentiroso a su vez llevará sobre su espalda una loza casi imposible de borrar, sobre él pesará durante mucho tiempo la mirada de sospecha, la casi certeza de que si ya lo hizo una vez lo podrá volver a hacer. El mentiroso tendrá que trabajar mucho para restaurar la confianza de quien fue víctima de su mentira.
Pero si hay algo que duele más a quien se le mintió es que el mentiroso niegue lo que hizo pese que haya pruebas contundentes y evidencias de su mentira. Negar una y otra vez el proceder se vuelve la mejor “defensa” del mentiroso, como si negar indefinidamente la mentira hiciera que la misma se revirtiera.
Algo parecido ocurre con el escándalo público de la semana pasada en torno a la tesis que presentó para obtener la licenciatura la ahora ministra Yasmín Esquivel. Si bien es cierto que hay que esperar el desenlace respecto al caso por parte de la Universidad Nacional Autónoma de México, una primera aproximación a lo que la máxima casa de estudios encontró nos habla de que estamos frente a una flagrante y contundente mentira por parte de la aspirante a dirigir la Suprema Corte de Justicia.
La UNAM fue categórica en su comunicado del viernes: “…la Dirección General de Bibliotecas y Servicios Digitales de Información de esta Universidad encontró que existe un alto nivel de coincidencias entre ambos textos”, entre la tesis que presentó “una alumna de la Facultad de Estudios Superiores (FES) Aragón, presentada en 1987”, y la tesis de un alumno de la Facultad de Derecho, sustentada un año antes. Es obvio deducir que si hubo plagio éste lo cometió la alumna.
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El tema, de por sí grave, en cuanto que se trata de una tesis profesional que se presentó para obtener el nivel de licenciatura lo es más en función de la aspiración de la ahora ministra. Ella busca presidir el máximo tribunal del país. El órgano máximo de impartición de justicia, pero sobre todo el lugar donde se vela constitucionalidad de las leyes. No es cosa menor. Más allá del requisito legal de poseer el grado de licenciado, la Suprema Corte de Justicia no puede y no debe recaer en alguien que abusó de la confianza de sus sinodales, que mintió, a través del plagio, para obtener un grado académico. Que pese al apoyo que ha recibido desde Palacio Nacional –más en un acto de solidaridad ideológica que de apoyar la mentira con la que logró su título–, y de los seguidores a ultranza de la 4T, en un acto de honestidad, debería reconocer su falta y buscar enmendarla.
La ministra está a tiempo de impedir ser exhibida por su mentira.
REBURUJOS
Inicia la última semana del año. Vale la pena hacer un recuento de lo hecho, de lo no hecho. De tomar lo mejor de lo vivido, aprender de los errores y desechar lo que nos impidió crecer. Excelente año 2023 para todos.
DMM