Emmanuel F. Gallardo Sánchez (Colaboración especial)
Comenzó como una ligera comezón en el cuero cabelludo, de esas que todos hemos tenido alguna vez en la vida cuando hace calor o se hace ejercicio. Ligera, casi imperceptible, una pequeña molestia latente que poco a poco fue ganando terreno en mi cabeza, como una mancha de humedad que con el paso del tiempo se extiende por toda la pared y un día sin darte cuenta tienes un problema mayor.
Así fue como me di cuenta que tengo psoriasis, una enfermedad que provoca una molestia constante en quien la padece.
El diccionario de Oxford define a la psoriasis como una “Enfermedad crónica de la piel que evoluciona en forma de brotes y se caracteriza por la aparición de manchas rojas con escamas de color blanquecino que se localizan sobre todo en el cuero cabelludo, los codos y las rodillas, provocando un cierto quemor y picor”.
El ardor y las costras blancas, como si la piel fuera de piedra, son constantes en esta enfermedad hereditaria, autoinmune, o sea que el sistema inmunitario ataca las células sanas del cuerpo por error, que no tiene cura y que no es contagiosa.
Las personas que vivimos con esta enfermedad no siempre presentamos malestares, incluso hay gente que puede tenerla y nunca sufrir, existen detonantes que provocan el “brote” de esta enfermedad como la mala alimentación, el consumo de carnes rojas, cigarro, alcohol, pero sobre todo el estrés, este último es nuestro mayor enemigo.
Todo inicia con una pequeña lesión (una cortada, un grano, un raspón, etc.) que provoca ardor y que, de forma inconsciente, invita al afectado a querer aliviar el ardor rascando la parte lesionada. La lesión, como la de todas las personas, se cura poco a poco, pero el cuerpo envía un mayor número de células que generan una costra blanca y dura. Esa costra no se quita, provoca más ardor, un ardor que solamente se calma por momentos cuando te rascas, provocando que la piel cercana se lesione y el brote aumente de tamaño. Entre más grande la lesión, más grande el ardor y la comezón.
Como una bola de nieve que baja una pendiente y aumenta de tamaño poco a poco, así los brotes de una semana a otra pueden crecer. Lo que era un ligero corte en la piel, en semanas o meses pueden llegar a cubrir un brazo, una pierna o incluso la espalda.
Esta enfermedad no solamente es una condición de la piel, ya que puede comprometer uñas y articulaciones (artritis psoriásica).
Adicionalmente, las personas con psoriasis tenemos un riesgo más alto de presentar patologías cardiovasculares, hipertensión arterial y depresión.
Los brotes grandes y visibles generan un importante impacto sobre la salud mental y emocional de quienes padecemos esta enfermedad, como respuesta al rechazo social que sufrimos y a los problemas psicológicos asociados al no querer mostrar la piel.
Aunque no existe cura para la psoriasis, sí existen tratamientos muy efectivos que son capaces de controlar los síntomas de la enfermedad y ayudan a mantener una buena calidad de vida.
Cada 29 de octubre se celebra el Día Mundial de la Psoriasis, aunque realmente no celebremos, es un día para informar acerca de esta enfermedad, para compartir nuevos tratamientos entre la comunidad que vivimos con este lastre en la piel y para extender una mano a quienes la sufren y no saben a quién pedir ayuda.
Deja una respuesta