Me enteré con una profunda tristeza que se había muerto mi amigo Miguel López Azuara. Don Miguel, todo el mundo le decía. Se lo había ganado a pulso. Lo escribió su hija más pequeña, Constanza. Me habló Carlos Olmos para notificármelo. Me dio de sopetón un supiritaco. Fue horrible. Allí entendí lo lastimosamente frágiles que somos.
Hago memoria, y no recuerdo cuándo fue el último día en que pude hablar con él. Pero eran conversaciones muy largas, y muy socorridas por la tranquilidad y la inteligencia de este hombre, además de toda la sabiduría que le daba el haber leído, visto, vivido y viajado por todos lados. Además de que hacía análisis políticos excepcionales y escribía perfectamente bien.
Era la persona a la que le podía preguntar absolutamente todo, y todo se lo sabía. Leía diario El Universal, Reforma y El País, además, estaba aprendiendo alemán por Duolingo. Era de verdad muy afortunada yo en poder hablarle mucho, y mucho tiempo. Era de verdad el hermano que me agencié en el camino.
Además de otros cuatro hermanos más, que me di a la tarea de reunir en el transcurso del tiempo y la distancia. Poco a poco pude juntar, antes de la pandemia, para vernos y platicarnos mil cosas -por lo menos una vez al mes- a los Carlos: Reta Martínez y Olmos; a Jorge Herrera Valenzuela; al último a Norma Meraz y por supuesto a don Miguel. Era una delicia estarlos escuchando. Creo que Norma y yo nos divertíamos mucho. Invitábamos a distintos personajes de la política, la cultura, la administración pública y lo que se nos ocurriera. Éramos muy felices. Lo seguiremos haciendo muy pronto.
Pude, en el transcurso de tres meses, hablar con su hijo Miguel, muy a menudo. Lo hice, porque ya no me contestaba don Miguel el teléfono, y a mi me parecía muy particular el asunto. Le pregunté incluso, por wsup, si estaba enojado conmigo, porque a diario me mandaba información de dos periódicos. Y Miguel, su hijo me dijo que mi adorado amigo ya no estaba tan bien. Que las cosas de repente, empezaron a ser muy difíciles para él. Ya tenía 88 años, muy bien vividos.
Conocí a don Miguel López Azuara, –el mejor comunicador social y periodista que ha habido en mi país, que yo recuerde–, hace más de 52 años. Yo iba en primero de facultad y el otro Miguel, Miguel con Ángel, –Granados Chapa– era mi maestro en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Entre los dos, hacían la página editorial del mejor periódico que había en ese tiempo: Excélsior, “el periódico de la vida nacional”. Julio Scherer García, era su único jefe. Y siempre le fueron absolutamente leales.
Fui un día a ver a mi maestro Granados Chapa. De repente, entró a la oficina, el extraordinario don Miguel. Me vio y mi maestro le dijo: el papá de Gilda escribió la columna “Cuando Eva Habla”, en la 2ª. edición de Últimas Noticias, durante varios años. – ¿El Magistrado Miguel Ángel Montaño, fue tu padre?, qué extraño mundo, también fue mi amigo, dijo. Tienes una madre muy bella. Y a partir de allí comenzó una entrañable amistad con él. No sé si porque me tenía, así como un peculiar sentido de afecto, pues mi padre había muerto diez años antes en un terrible accidente de coche, o porque me veía muy joven, muy sonsa y aguerrida; o porque quiso bien a mi padre. O todo junto.
Muchos años y anécdotas, puedo platicarles de mi relación inteligente y genuina con don Miguel. Considero, que de los hombres enterados de lo que había pasado, estaba pasando y pasaría en el mundo, uno era él.
Siguió apoyándome en todos los lugares en donde estuve trabajando, como comunicadora social: me orientaba, me decía qué hacer, cómo y por dónde. Cosa que de plano yo no sabía, y el, que se conocía y sabía a todo el mundo, podía medir y apoyar en las circunstancias que fueran y me decía cómo lograr desenredar la madeja más torcida. ¡Cómo me orientó y cómo me ayudó!
Viajó por todos lados del mundo. Fue editor de los libros de la Secretaría de Educación Pública; de la revista, del mejor partido que hubo alguna vez en la vida: el PRI, (aún recuerdo cuando salió la primera, cuando Beatriz Paredes era la presidenta del CEN del PRI, y al único que le hizo caso fue a don Miguel).
Se fue con Julio Scherer, del brazo, con gran galanura, cuando Echeverría los corrió de Excélsior; fundó los periódicos: Uno más Uno, La Jornada y Proceso; fue el comunicador social de Veracruz con Patricio Chirinos; auxilió a Otto Granados, con la comunicación social de Carlos Salinas, en la Presidencia de la República. Fue el Comunicador de Relaciones Exteriores, y de la Cámara de Diputados. Auxilió a su amigo el tuxpeño Jesús Reyes Heroles, en la Secretaría de Educación Pública, todas las publicaciones de la misma.
Se fue a Tuxpan. Nunca quiso regresar a la Cdmx. Era muy feliz en su tierra. A pocos seres humanos, he visto estar tan informados. Ser tan analíticos, y ver la vida con la frecuencia al tope, para poder descifrarla.
Alguna vez iré a verlo. A decirle de nuevo: gracias, y te quiero. A darle un beso en la frente, y agradecerle de corazón su vida. Será, pero no pronto.
gildamh@hotmail.com
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