Debemos partir del hecho de que en este momento militarizar al país es la única opción que nos queda para, medianamente, tratar de mantener la seguridad y medio ofrecer tranquilidad a la población, eso es ya incuestionable en este momento.
Las fuerzas civiles federales, estatales y municipales han sido, si no infiltradas, sí muchas veces superadas en armamento, número y ¿por qué no decirlo? también en preparación. Lo más grave, han perdido la confianza de la gente que ya no los ve como figuras de autoridad.
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Sería un error muy grave decir que todos los cuerpos policíacos han sido corrompidos; más aún afirmar que todos los elementos de alguna corporación también. Lo cierto es que quienes sí se corrompen son tolerados por distintas razones y eso nos lleva al mismo resultado.
La corrupción puede encontrarse en cualquier nivel y eso complica las cosas porque los buenos policías podrían querer denunciar a los malos, pero si estos son protegidos por mandos de mayor nivel; no hay mucho más que hacer.
Nos guste o no nos guste, la realidad es que la militarización se volvió necesaria, sin siquiera darnos cuenta. Quizás fue Felipe Calderón el primero en considerarlo, posiblemente era necesario desde antes y no solo sabíamos o no se quería reconocer.
El hecho es que tres gobiernos han pasado desde que el Ejército fue enviado a las calles a luchar contra delincuentes organizados y narcotraficantes. Tres administraciones de banderas e ideologías diferentes, panistas, priistas y morenistas, que coinciden en la misma decisión.
¿Cómo es que llegamos a ese punto? No es tan simple como solo la corrupción, que sí es uno de los principales factores, pero no el único. Como suele ocurrir en estas situaciones, se trata de varios factores que confluyen para que hayamos llegado a esta ya inevitable situación.
Por un lado, tenemos el desinterés de los gobiernos locales que durante muchos años, a lo largo de distintas administraciones, han dejado (y lo siguen haciendo) el tema de la seguridad en segundo plano, sin inversión y apenas sobrellevándolo con lo indispensable.
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En los ayuntamientos, los cuerpos policiales son absolutamente insuficientes, no hay contratación de nuevo personal y cuando esto ocurre se trata de elementos sin capacitación o formación policial, muchas veces, parientes de algún edil.
Los sueldos son extremadamente bajos y los riesgos extremadamente altos. El equipo para trabajar es obsoleto, los uniformes se renuevan casi que con el inicio de cada administración y es tan raro que se den unos nuevos que hasta ceremonia y evento público se organiza.
De las armas, ni hablar, en algunos casos apenas se cuenta con revólveres de 38 mm para hacer frente a los arsenales de la delincuencia organizada que, además, también tienen mejores vehículos y mayor protección.
Paulatinamente, en las administraciones se ha normalizado el argumento de “no alcanza el recurso” cuando en muchas ocasiones se trata de no administrarlo correctamente, mucho dinero a decoraciones y poco a seguridad, por ejemplo.
A nivel estatal las cosas no son muy distintas, en los estados las policías también han sido superadas, los delincuentes cuentan con recursos dedicados casi solo para eso, además de que no tienen que respetar ningún protocolo o procedimiento.
La sociedad también tiene su parte de culpa. Hemos normalizado que la policía actúe indebidamente, incluso con personajes de comedia que nos dicen que es gracioso ver al policía pidiendo “ponerse la del Puebla”, aprendemos con el ejemplo.
Cuando alguien es infraccionado, no falta el comentario de otro que dice “le hubieras dado al policía” y ya ni qué decir de llegar a los ministerios públicos del país o los juzgados porque entonces la cuenta crece exponencialmente.
La militarización hoy es necesaria al igual que poner reglas claras a los militares que resguardan la seguridad. Es el fracaso de los “abrazos, no balazos” pero también de gobiernos que no invirtieron y de una sociedad permisiva. Nos guste o no, es el fracaso de todos.
j.israel.martinez@gmail.com
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