Mario Delgado cumplió. En su mensaje del 5 de junio, tras haber ganado cuatro de seis gubernaturas en juego, envalentonado y exultante lanzó la convocatoria: “arranquemos ya las tareas de organización rumbo a 2024 y lo vamos a arrancar en Toluca, en el Estado de México, porque es la cita electoral más próxima que tenemos junto con Coahuila donde tenemos elecciones que terminarán por borrar al PRI”.
Entre dudas sobre si era mejor realizar el mitin una semana después o hacerlo el día comprometido, sin tener clara la logística y sin más organización que el “estar por tener que estar” en Toluca el 12 de junio, los morenistas tomaron las calles del centro de la capital mexiquense y acudieron al llamado de su dirigente nacional.
El mitin del Teatro Morelos dejó ver mucho más de lo que los propios morenistas serían capaces de reconocer, lo que originalmente se entendía como un reto, una provocación o hasta una bravuconada de Morena, terminó por enviar mensajes diversos que vale la pena detenerse a observar con calma.
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¿Qué significa que un partido salga con tanta anticipación a llamar a las urnas? ¿Cuál es la prisa?
Más que fortalecidos y peligrosos, motivados por un deseo de confrontación y lucha; los morenistas se mostraron ansiosos, nerviosos y erráticos; raro en un partido que ha logrado dominar el arte de la propaganda, no pusieron atención a los detalles en una entidad donde los protocolos cuentan porque también comunican en un lenguaje que la política local ha transmitido de generación en generación sin importar los colores.
El primer mensaje fue claro y evidente: los locales no importan, las decisiones y acciones se toman desde la dirigencia nacional y los mexiquenses se tendrán que limitar a convertirse en operadores de las decisiones de la cúpula del partido, las bases están bien para llenar plazas y realizar verbenas pero nada más.
¿De qué otra manera se puede entender que las dirigencias estatales hayan sido relegadas al nivel del piso? ¿Por qué no tenerles la consideración de un lugar en el templete? El error puede resultarles en muy graves consecuencias si no se corrige. Se habla de unidad en el discurso pero se demuestran favoritismos y diferencias en las acciones.
Al templete solo tuvieron acceso los tres aspirantes a la candidatura gubernamental del grupo Texcoco: Higinio Martínez, Delfina Gómez y Horacio Duarte; sí, estuvieron ahí; por si no los vieron, están al fondo en las imágenes, atrás de todo y de todos. Que te releguen arriba puede no ser lo mismo a que te releguen abajo, pero habrá quien diga que relegar es relegar y punto.
Abajo dejaron a los también mencionados como aspirantes a la candidatura: Alejandro Encinas, Yeidckol Polevnsky y Fernando Vilchis o personajes como Maurilio Hernández, Mariela Gutiérrez y Michel Núñez entre otros que hicieron el viaje pero no tuvieron cabida en la fiesta de su dirigencia nacional. Prestaron la casa pero no los dejaron entrar, digamos.
El malestar entre los morenistas mexiquenses no es menor y está bien justificado, los dados de la contienda por la candidatura se notan bien cargados y eso no tiene muy contentas a las bases que ya saben lo que es estar en la campaña pero desaparecer de las urnas, Juan Rodolfo Sánchez es fiel testigo de ello.
Quizás la dirigencia nacional de Morena se justificará diciendo que desde un principio el evento era un llamado, un lanzamiento, con miras hacia 2024 pero, entonces: ¿por qué ignorar 2023? ¿Acaso no es una elección de importancia para su estrategia? O ¿será acaso que ellos saben algo que los mexiquenses no?
Tal vez, también, solo sea el tema de que la dirigencia nacional no entiende las formas del Edomex y sus políticos, una clase política que persiste en sus estilos y que no encuentra congruencia con la pragmática visión de los convocantes del domingo a quienes quizás los locales podrían dedicarles aquellas letras de Caifanes: “Y vienes desde allá donde no sale el sol, donde no hay calor, donde la sangre nunca se sacrificó por un amor pero aquí no es así”.
j.israel.martinez@gmail.com