Joya Cepeda

Polarización permanente

El estado de ánimo no es el mejor. Hay, en el fondo de muchas personas, un deseo de revancha; un gusto por ver “a los otros” derrotados. Lo que se haya logrado ya no existe, ahora sólo hay un interés: que nada del pasado –ese que ha sido señalado como responsable de nuestros problemas- sobreviva y que se erija algo “nuevo”… aunque no se tenga la certeza de qué. 

La permanente descalificación de las instituciones que se habían creado durante muchas décadas atrás, parece ser el signo de la nueva época. El cambio de régimen en el país ha traído consigo una nueva narrativa desde el poder que busca, a toda costa, descalificar a quienes piensen diferente y subrayar e insistir en que los problemas de ahora son consecuencia de todo lo que se hizo en el pasado. 

Se denuncian –como si fueran delitos- las relaciones y las formas de vinculación que en los últimos 30 años definieron la vida pública del país; pero no ha habido acción jurídica en contra de los probables responsables, a menos que haya alguien que los delate o –quizá- si en la consulta pública del próximo año, “el pueblo sabio” decide que se les juzgue y, eventualmente, se les castigue. 

El marco legal parece colocado en segundo plano, porque más vale “medir” (y mantener) el enojo de la gente y avivar el deseo de castigo, el ánimo de revancha. Que no se pierda el Discurso –con d mayúscula- contra la corrupción, en el que las opiniones, creencias, juicios e ideologías determinen el rumbo de lo que “deberá” hacerse, con el fin de mantener la popularidad y –naturalmente- preservar el poder. 

El presidente, Andrés Manuel López Obrador, lo expresó el 1 de diciembre de 2018, al iniciar su mandato: “Desde mi punto de vista, en las actuales circunstancias es más severa y eficaz la condena al régimen neoliberal, dejar en claro su manifiesto fracaso y su evidente corrupción, y hacer todo lo que podamos para abolir el régimen neoliberal, que someter a procesos judiciales o a juicios sumarios a sus personeros, quienes a fin de cuentas no dejan de ser menores ante la esperanza de todo un pueblo y la fortaleza de una nación como la nuestra”.

Y desde ese momento el presidente dejó en claro que la responsabilidad de efectuar esos procesos judiciales en contra de los personeros, sería del pueblo: “de cualquier manera, como en todos los asuntos de trascendencia para la vida pública del país, yo defenderé con libertad y argumentos mi postura del punto final y de pensar y trabajar hacia el porvenir, pero la ciudadanía tendrá la última palabra, porque todos estos asuntos se van a consultar a los ciudadanos”.

Así han transcurrido casi dos años del “gobierno de México”. Mostrando el “manifiesto fracaso y la evidente corrupción”. En una estrategia efectiva de comunicación política -que logró brincar el cerco mediático-, siempre hay manera de que el discurso presidencial “explique” que los fallos actuales surgen de las decisiones que se tomaron en el pasado.

Y ahora parece que el país, más que nunca, se encuentra en una batalla permanente entre “buenos y malos”; entre quienes consideran que las decisiones deben ser mejor analizadas o aquellos que desean todo “rápido” sin reflexionar, con el único afán de demostrar quién tiene mayor fuerza. 

El diálogo parece anulado y la posibilidad de conocer, evaluar y determinar –en conjunto, como sociedad- las decisiones, se encuentra agotado. Y el triunfo parece estar definido por quienes gocen de popularidad y no necesariamente porque aporten las mejores razones. Sencillamente quienes opinen distinto a lo que decidan las y los “líderes” es lo que se descalifica “de facto”, aunque la determinación pudiera provocar más daños que beneficios. Esta polarización a nada buena podrá conducir, porque no se trata de decidir algo banal y porque una batalla de “buenos contra malos” entre miembros de una misma comunidad, siempre provocará más pérdidas que ganancias.

PERCEPCIÓN

La Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMéx) suspendió actividades de su edificio administrativo por contagios de Covid-19 entre el personal que ahí labora; sin embargo, otras instituciones públicas también han registrado numerosos contagios en su interior, pero la indicación es mantener silencio. Más vale preservar la “buena imagen” que la salud.


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