Aun cuando México está a años luz de ser un país incluyente y de respeto a la diversidad, el movimiento LGBTTTI (Lésbico, Gay, Bisexual, Transexual, Transgénero, Travesti e Intersexual) ha logrado, a base de mucho esfuerzo, abrir y ganar más espacios principalmente en centros urbanos, aunque lo ideal sería que fuera en todas las regiones del país. Las denominadas marchas del orgullo gay, son vistas poco a poco cada vez con mayor normalidad, aunque evidentemente esto no es lo único que baste para que quienes integran esa comunidad se sientan satisfechos o satisfechas.
No solo se trata de ganar la calle, aunque esto sin duda ha servido para visibilizar a una comunidad que justamente contra su voluntad ha tenido que vivir y sobrevivir en el clóset, como se dice coloquialmente. La cultura machista dominante en el país durante décadas, practicada por hombres y mujeres, obliga a miles de niños, jóvenes e incluso adultos, a ocultar sus preferencias sexuales aun dentro del hogar, la escuela y los centros de trabajo.
La lucha por vivir y convivir con normalidad dista de estar cerca en esta materia, porque la discriminación, el rechazo, la burla, el desprecio e incluso la agresión física o psicológica para esta comunidad se da no solo en el hogar, los planteles educativos y en los centros laborales, sino también desde las oficinas gubernamentales, las corporaciones policíacas, el Estado. La autoridad que está por y para velar y proteger los derechos humanos de todas y todos, máxime de los grupos más vulnerables, es a veces la primera en fallar en esta obligación.
Afortunadamente, hay algunas luces al final del túnel, que dan señales de que las cosas pueden cambiar. En ese sentido llama la atención que el Consejo Coordinador Empresarial, un ente identificado claramente con la derecha y con el pensamiento más conservador, haya acordado con la Red Mexicana del Pacto Mundial de las Naciones Unidas, elaborar un plan para fomentar la inclusión de la comunidad LGBTI+ en el sector privado.
Durante un foro promovido por el organismo empresarial se reconoció que actualmente las y los integrantes de esta comunidad tienen 1.5 veces menos probabilidades de ser invitados a una entrevista de empleo que los solicitantes heterosexuales. Reconocer y aceptar esta realidad es un primer paso que debe impulsar a realizar cambios en la materia.
Claro que no se trata solo de ubicar y exteriorizar el problema, sino de que se sienten las bases para que esta situación realmente cambie. Que la inclusión laboral sea una normalidad y no una excepción, que deje de sorprender o de llamar la atención que una empresa o negocio, público o privado, incluyan entre su personal a hombres o mujeres que tienen tal o cual preferencia sexual.
La normalidad justamente será el día en que como sociedad inclusiva dejemos de hablar o señalar a las personas por pertenecer a una o a otra comunidad, se llame como se llame, cuando todos estemos orgullosos de formar parte de una sociedad inclusiva como hoy lo están quienes celebran pertenecer a la comunidad LGBTI+.
Comentarios: miguel.perez@estadodemexico.jornada.com.mx
ASME
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