Por Mariel Álvarez Sánchez
El inicio de la vacunación anti Covid19 en México trae sentimientos encontrados. Por un lado, la “bendición” que muchos adultos mayores sienten al alcanzar la “salvación” a través de esta inyección que los ha tenido encerrados y discriminados o cuidados, como les queramos decir, y por el otro la desesperación y decepción de aquellos que no la lograron obtener.
La aplicación de la vacuna ha venido a remover muchos sentimientos en nuestros adultos mayores. En lo particular, mis padres forman parte de esa población, y en más de una ocasión me han repetido que prefieren morir de Covid que estar solos y encerrados.
“Somos indeseables en todos lados, no nos dejan entrar a ninguna tienda, aunque tengamos necesidad, así no se puede vivir”, asegura molesta y triste mi madre quien, por cierto, después de 4 horas, logró que la inocularan –a mi padre también- con la vacuna china en un pueblito chiquito de Jilotepec, Estado de México, que se llama San Miguel de la Victoria.
De acuerdo con información oficial de la Secretaría de Salud del Estado de México, del Proyecto de Envejecimiento, en el 2010 en el mundo existían 59 millones de adultos mayores de 60 años, de los cuales, 10 millones 55 mil 379 habitan en México y de ellos, un millón 137 mil 647 en el Estado de México, lo cual representaba 7.4 por ciento del total población mexiquense.
La OMS proyecta que para 2050 alcanzarán casi los 200 millones la población de 60 años y más. En el Estado de México se espera que para 2030 sean más de 3 millones de este grupo de edad, llegando a representar a más del 16% de los mexiquenses.
Así, estamos conscientes que el número de habitantes mayores de 60 años, cada vez son un porcentaje mayor de la población total, por lo que se requiere una política de respeto e inclusión para este sector que hoy se siente tan abandonado por los gobiernos en sus diferentes niveles y también por la población en general.
Y aunque son los primeros de la población en gozar de la vacuna contra el virus que tiene en jaque al mundo desde hace un año, el número de ellos y la respuesta a ponerse la vacuna, ha rebasado la mala organización para la aplicación de la misma.
Es terrible ver a gente con capacidades diferentes, en silla de ruedas o en muletas, gente que de plano no puede caminar, que les afecta el sol y el frío a su dañada salud y que tengan que dormir, durante la noche, en un puesto de salud para alcanzar la vacuna, o bien que permanezcan más de 5 horas bajo el quemante sol –gracias a que ahorita no ha llovido- en espera de esa codiciada inmunización.
Pero más terrible es ver, que después de haber hecho todo eso, finalmente suena la temida voz que dice, “se acabó el biológico”. Más de un adulto mayor derrama lágrimas discretas de frustración.
Al parecer el registro que se hizo en la página del gobierno federal de “Mi Vacuna” no sirvió para nada, después de que muchos hicieron hasta lo imposible para obtenerlo mediante la página electrónica.
Nadie lo pide y hay nula organización. Las filas y hasta pasar la noche en el lugar, se han formado porque vacunan conforme van llegando. ¡muy mal hecho! si fuera por cita telefónica o hasta por letra del apellido, las filas serían mucho menores, y más aún, si vacunaran sólo a los de la zona, no provocarían que llegaran de todos lados.
Por todos esos errores y por el miedo a quedarse sin vacunar, tienen que salir de casa, a deshoras, permanecer en contacto muy cercano, sin sana distancia, sin normas de sanidad, exponiéndose a lo que todo este tiempo los mantuvo aislados. Esperemos que la aplicación de las vacunas no sea contraproducente y se vayan a registrar en una semana muchos contagios de adultos mayores y lejos de que esa vacuna haya sido su salvación, sea su maldición.
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