Por Gilda Montaño Humprey
Hace casi un año murió Ignacio Pichardo Pagaza. Hoy en la mañana, recibí una llamada de quien fue su secretario particular, Germán García Moreno, quien me pidió el artículo que escribí en abril pasado. Quiero dejar en este medio, testimonio permanente de este escrito.
Ignacio Pichardo Pagaza, hombre excepcional y generoso, estadista y brillante político, quien, sobre todas las cosas, privilegió la amistad en el mejor sentido de la palabra: la comprensión, la inteligencia y el respeto.
Fue a otro plano, a encontrarse con sus añejos amigos del alma. Pero más que nada, se fue un hombre bueno y amable; educado y que vivió en esta vida, lleno de privilegios que gozó y que regaló. Tuvo una esposa de excepción, Doña Julieta, que lo cuidó hasta el último momento de su vida; y tres hijos de los que se sentía más que orgulloso: Ignacio, Julieta y Alfonso. Y sus hermanas que aún viven: Carmelina y Susana. Era el más chico de toda una familia que formaron sus padres: doña María del Carmen y don Carlos.
¿Anécdotas que tenemos quienes lo conocimos y estuvimos cerca de él?, millones. Yo quisiera mencionar que, en 40 años de conocerlo, siempre lo vi como un hombre entero, lleno de amor por su patria, y por su Estado; y sin ningún solo temor de gobernar con gran brío, fuerza y entereza. A Ignacio Pichardo Pagaza nunca le tembló la mano. Vivió sin ningún par que lo cuestionara, o que siquiera se atreviera a no hacer lo que él ordenaba. Porque lo hacía con prudencia, inteligencia y sensatez. Era un ser humano sensible y humilde. Amaba entrañablemente a su pueblo, y de éste, siempre apoyó al más desprotegido.
Agradezco al jefe y al compañero de batalla, que me encomendó servir al Estado de México cuando fue su gobernador. Distingo al ilustre maestro, al estadista que tuvo en sus manos distintos y muy altos cargos dentro de la administración pública, todos de gran relevancia y profunda dignidad, a favor de nuestro país. Pero, sobre todo, echaré de menos al enorme ser humano, quien siempre tuvo la deferencia de obsequiarme con su amistad y su respeto.
Sería reiterativo volver a escribir todo lo que sabemos que fue su trayectoria política y administrativa en la vida. De quien estuvo catalogado como uno de los más importantes administradores públicos de este mundo. Estuve con el en el INAP, la Contraloría de la Federación, en el Edomex, y cuando ganó para el PRI, la presidencia del Dr. Zedillo, en cuatro meses y en condiciones graves para el país.
Como todo en la vida, me pasó por pura serendipia. Este es un relato que quiere contarles alguien que fue alguna vez su vocera. Lo estuve buscando mucho y muchas veces esos días. Su teléfono no contestaba. Y por pura serendipia, lo encontré. El día en que estaba ya en el hospital, a punto de ser intervenido, tuve el privilegio de escucharlo, gracias a su hijo Ignacio. Lo último que me dijo, fue que me cuidara.
Una vez antes de esta ocasión, lo fui a visitar a su cubículo en la UAEM. Pequeñito, lleno de luz que brillaba alrededor de él. Un escritorio de un metro de largo, con cuarenta centímetros de ancho. Allí hacía sus investigaciones y redactaba sus libros. Era un genio. No necesitaba más. Lugar de mil secretos en donde todos alrededor le tenían un gran respeto.
Ignacio Pichardo nunca morirá para todos los que hemos estado cerca de él. Siempre honraremos su memoria. Y sí, debía de estar en la Rotonda de los hombres y mujeres ilustres. Lo tiene más que merecido. Pero estará en donde su familia le tenga destinado. Así sea.
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