En la histórica y sangrienta Decena Trágica, ocurrida entre el 9 y el 18 de febrero de 1913, cuando Francisco I. Madero es traicionado por el general Victoriano Huerta y la capital del país fue escenario de batallas sangrientas, hay un suceso poco conocido por los mexicanos que el doctor Carlos Almada rescata y presenta en su más reciente libro Un samurái en la Revolución Mexicana.
El texto de Editorial Debate intenta rescatar del olvido el acto de solidaridad y humanismo de Horiguchi Kumaichi, quien en esos días convulsos se desempeñaba como encargado de negocios ad interim de Japón en México y quien, siendo testigo privilegiado de lo que ocurría en la vida política nacional, decidió poner a salvo a la familia del presidente Madero.
“Es una historia hermosa, es una historia de amistad, de empatía, de generosidad. Horiguchi Kumaichi, con su esposa, su familia y su comunidad, fueron solidarios con la familia Madero y con la muy frágil y naciente democracia mexicana”, resume el escritor sinaloense.
Si bien es cierto que el diplomático japonés recibió años después de su solidaridad los honores correspondientes por parte del gobierno mexicano, incluso que lo condecoró con el Águila Azteca, después de 1935 su imagen y aporte a la vida nacional se fue diluyendo y salvo una placa de honor en el Senado de la República nada más se sabe de este hecho que podría catalogarse de heroico.
Almada dedicó siete años de su vida a recopilar toda la información respecto a Kumaichi, teniendo como base el diario personal del japonés, en el que registró con una descripción increíble los álgidos momentos que vivía el país a principios del siglo pasado.
En el libro de casi 300 páginas se detalla paso a paso cómo fue que la familia Madero fue llevada desde el Castillo de Chapultepec a la legación japonesa, justo cuando el “Apóstol de la democracia” fue hecho prisionero en palacio nacional. Todo eso se narra en el diario del japonés y narrado por Almada.
“Para hacer presión sobre Madero, para que se desistiera de su obstinada actitud, hicieron llegar a sus oídos el rumor de que esa noche la legación del Japón iba a ser bombardeada para aniquilar a su familia. Trajeron esa noticia unos residentes japoneses […] advirtiendo que el general Huerta era hombre decidido […] Con la idea de evitar tales desgracias si es que era verdad, me dirigí inmediatamente al general Huerta, acompañado de mi secretario, señor Kinta Arai, y del doctor Suzuki”, escribió Kumaichi en su diario y que Almada recoge en su libro.
La investigación para dar forma al libro de quien fuera director general del Instituto Internacional de Ciencias Administrativas en Bruselas, Bélgica, lo llevó a entrevistarse con descendientes de ambas familias, Madero y Horiguchi, así como con el presidente de la Cámara Alta de Japón; consultó los archivos históricos de México, Japón y Chile, además de contar con el apoyo de historiadores mexicanos y japoneses.
Interrogado sobre si las autoridades educativas del país tendrían que rescatar más, en los libros de texto y en las clases de historia, la figura de Horiguchi Kumaichi, sin dudarlo Almada responde que sí.
“Incluso el decreto senatorial dice que debería reconocérsele más, eventualmente designar alguna escuela, alguna calle o encontrar formas de rendirle un homenaje”, explica.
Recuerda que el nipón no fue el único que ayudó a poner a salvo a la familia de Madero, que también intervinieron el ministro de Cuba, Manuel Márquez, quien incluso escribió el libro Los últimos días del presidente Madero; el ministro de Chile, Andrés Hevia Riquelme, y Horiguchi. Los tres se complementaron y, aunque no lograron salvar al presidente, sí lograron salvar a su familia.
–¿Qué lección te deja este libro?
“Que la amistad impone obligaciones, la amistad cuando es profunda impone el deber de la solidaridad. Lo que Horiguchi y su familia hacen es una serie de actos de extrema generosidad que honran el vínculo amistoso y también ha sido muy aleccionador ver que la amistad se puede transmitir por generaciones. Ya son cinco las generaciones Maderos y Horiguchis que tienen vínculos hasta ahora”.
La solidaridad de la que habla Almada la deja muy bien expresada el samurái japonés en su diario personal cuando, al escribir a Victoriano Huerta, le explica por qué decidió poner a buen resguardo a la esposa de Francisco I. Madero y a otras 40 personas más del círculo familiar del mandatario caído en desgracia
“Hay un adagio en Japón que dice que al pájaro perseguido que se refugió en casa de uno mismo no se le puede matar. Al que viene pidiendo asilo no se le puede negar. Sin distinción de partido ni de clases todo el mundo tiene que ser protegido, mucho más tratándose de personas ancianas y sin protección, como los padres del señor Madero y sus familiares
“Es la simpatía que tienen los japoneses por los mexicanos en general […] En las circunstancias actuales […] puede ser que la familia de usted se encontrase en la misma condición y la legación le extendería la misma protección”’, transcribe Almada del diario de Kumaichi.
México y Japón ahora
Carlos Almada, quien también fue embajador de México en Portugal, dice a pregunta expresa que en la actualidad México debería aprender de Japón la mezcla que hacen de la tradición y la modernidad.
“Su sentido de la gratitud, la disciplina, la resiliencia, la dedicación al estudio, al trabajo. Ciertamente son virtudes que los mexicanos observamos con mucho interés. Y los japoneses tienen que aprender de México, por nuestra larguísima historia, pero también de nuestra alegría, de nuestros colores, de nuestra capacidad para improvisar, para encontrar soluciones.
“Debemos cuidar nuestra relación con Japón porque realmente nos tienen simpatía y realmente les tenemos simpatía. Es una química misteriosa y cuando uno tiene un buen amigo, hay que cuidarlo”, resume.