Por Gilda Montaño


Fue horrible la situación en que quedó mi familia. Primero huimos a Francia; mi madre regresó, luego nos quedamos sin mi padre durante muchísimos años; después mis dos hermanos se fueron a México; al final, también nos fuimos mi madre y yo. Ella murió en 1935. Nunca pudo regresar a su tierra. Soy antifranquista.

Me hacía mucha ilusión conocer a mi padre. Sólo tenía un recuerdo que me había marcado para siempre: el día en que nos despedimos en Papillon. Es un día que tendré marcado de por vida. Él era ingeniero electricista, y refugiado político. Pero no exiliado. Nunca nos abandonó. A pesar de mi triste niñez, siempre supe que nos volveríamos a reunir.

En mi vida, me acuerdo más de las cosas tristes, que de las alegres. Fue notable empezar a ver un país opuesto al que había dejado. Conocer otro tipo de vida: abierta, libre.

Fue cuando tuve las primeras pláticas con él: se presentó la gran incógnita: ¿Trabajar o estudiar? Pero la escuela no había sido una experiencia grata en el franquismo, y mi padre, consecuente, lo sabía… Así que decidí trabajar. Mi padre tenía un amigo en una editorial, y allí empecé el trabajo que ha marcado toda mi vida. Hacíamos el diccionario UTEHA, elaborábamos retratos a línea de hombres y mujeres célebres.

Me puse a dibujar viñetas y láminas de retratos, flores, plantas, animales. Y así durante meses, hasta que en enero de 1950 conocí al maestro Miguel Prieto, pionero del diseño moderno. Él necesitaba un asistente en la oficina de ediciones del INBA. Allí fui a parar.

Luego fue el Suplemento en la Cultura del diario Novedades. Allí trabajaba Henrique González Casanova, era el cuidador de las ediciones. Él es mi amigo más antiguo. También lo conocí en enero de 1950. ¡Qué maestros tuve!”
En los 60’s, Rojo ya es conocido, y solicitado en todas partes. Diseña el suplemento La cultura en México de Siempre!, es director artístico de la Revista de la Universidad, de la Revista de Bellas Artes, de la revista Artes Visuales del Museo de Arte Moderno, de Artes de México y un poco después, de Plural de Excélsior y de Vuelta.

En los 70’s es el responsable artístico de la Imprenta Madero. Allí elabora todas las portadas de las publicaciones. Luego lo hace para el Fondo de Cultura y para Joaquín Mortíz.

El catálogo de expositores para la exposición que se llamó “Aquí nos tocó vivir” con 31 artistas europeos en México, que hacía la Delegación de la Comisión Europea, decía en la primera de forros, -así como cuando se inserta una errata-, pero ésta con letra grande y papel brillante: Vicente Rojo es mexicano. Así nada más.

Fue Premio Nacional de Arte en 1991 e ingresó a El Colegio Nacional en 1994. En su discurso, todo dedicado a México, comenta que jamás ha perdido la timidez enfermiza de su juventud. No puedo escribir nada sobre México. Todo lo que siento, está en mi discurso de cuando entré a El Colegio Nacional. De allí se puede sacar todo lo que quiera.

¿La suerte? Hay que corresponder con ella. La suerte es un punto de partida. Pero yo he correspondido. Y, claro, sí este ser rígido y autocrítico hace todo hasta que le sale perfecto, y nunca deja nada pendiente.

Luego habla de su espléndida mujer de toda la vida: Alba. Ella llegó a los 5 años. Era 1942. Venía de una familia que había estado en campos de concentración.

Me nacionalicé al poco tiempo de llegar. Desde 1949 soy mexicano. Ya en 1950 marchaba. Me tocaron 50 domingos haciendo servicio militar.


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